Recorrer una historicidad y sus fuerzas expresivas de creación, atenta contra el riesgo de quedarse en el ensimismamiento del repliegue del milagro.
En Carolina Antoniadis es posiblemente el tránsito por la especialidad: aquella que abandona el lugar y se constituye en sitio, para dar cuenta, de alguna forma, del andamiento topológico de la imagen en la expresividad contemporánea.

Sabemos ya de la barroquizaciones del neobarroquismo y las supuestas ventanas. Intentar otra mirada de Carolina Antoniadis es proponer ubicar ese otro espacio que no abre ventana alguna en el entramado para dejar ver las formas detrás de los círculos, sino exponer la experiencia de pensar ese espacio como anterior y a priori, sobre un fondo que se indetermina que pura morada, es decir, un sitio donde quedarse e instalarse. Detrás de ese espacio está el lugar donde ella puede abismarse. Delante sólo habrá una coartada para señalar las cosas que para ella son importantes.

Carolina Antoniadis le suma al espacio dado un segundo que encierra los volúmenes figurativos y un tercero existente como vacío que sitúa la dimensión de su intervención.

Si espaciar significa liberar y conlleva lo abierto para situarse y poder habitar, su trabajo es un constante libertar sitios a través de yuxtaposiciones, interposiciones y transposiciones: desde las Flores del Mal, pasando por las ironizaciones de las naturalezas muertas, hasta los menajes, deletrea justamente un ho-menaje. Homenaje a la con-tensión, lo humano y su contenedor, lo contenido y lo continente, siones y quizás, obsesiones: contemplar la aparición de la superficie, que de la trama hace un rostro, como en Luchas Intestinas, no es recubrir el espacio sino hacerlo visible y tal vez mirable. Creo, ha sido, un riguroso desaprendizaje: hacerse de un lenguaje, dudosamente decorativo, conquistarlo, para invertirlo y dar cuenta, como en su caso, de su abandono. Esto es lo que nos muestra: el desposeimiento; y el mismo es una renuncia a la pintura, pero que como toda re-enuncia es un volver a enunciarla y por lo tanto, afirmarla con un nombre propio. La provocación de ese espacio es literalmente una transgresión, una fractura y una violación del mismo, que como la lucha de la fijación y el devenir, se hace lacre en sus últimos trabajos; se hace herida para la impresión de una forma, sin olvidar que para ello fue necesaria la mediación de un sello y su encierro.

Si como en el marco que constituyen las Torres de Babel, en el Sillón Burgués hay nombres, detrás también hay lo que no se nombra: lo constelativo y las constelaciones, sus cúpulas celestes y celestiales, que testimonian el devenir de un punto rojo en lágrima de sangre que Hiere (H) elípticamente toda decapitación, toda falta, en tanto que elipsis, ya sea Juan el Bautista o cualquier bautismo en cuanto que otorga nombre y por consiguiente, destino.

Carolina Antoniadis imprime, exprime, tatúa y tiñe de cierta violencia corporal la tela, ensanchando nuestro horizonte teleológico y textual, gestando un tejido nupcial que como mosaico o cabezas rotas invitan a la celebración en la manifestación de los dioses en lo real. Esos son los vestidos, las vestas y vestales que constituyen se esencia y su vestíbulo, es decir, el pasaje de esa experiencia emocional del espacio, entre la interioridad y la exterioridad, entre el habitáculo del Kimono y el habitat visceral que no Corta por lo Sano, sino que sutura por lo in-fermo, en la medida en que el Hábito también es aquello que endosamos como prenda aunque no lo llevemos puesto.

Revelación de un espacio como soporte de las apariencias pintadas: lo que aparece y parece como fuente de un Círculo que poco importa si es Amiótico o Simbiótico ya que transmuta las relaciones raigales de i idamuerte, cielo-tierra. quizás con una estrella o con un labio que oculta su náusea: con una mano reticular que ya sólo con lentitud aferra las cosas, con un sillón dual y paradójico o la mirada de su madre con ojos indescifrables, húmeda e insaciable, que retorna a la luz con toda su intensidad, porque es un pecho, que para ella, aún suspira.

Esta pasión activa de explorar el espacio como en tierra desconocida, corporaliza realidad desplegando y replegando su propia imagen como un paisaje ancestral: el espacio respira. Es una pintura hecha a fuerza de pura intensión.
Ni una sola palabra; sólo el orden de la repetición tipográfica de su nombre seriado, sólo su eco y su vibración. us vacíos y demanda su atención… quizás, cuando estemos distraídos… quizás, a la caída del sol…
Allí, tal vez. podamos encontrarla; en ese sitio donde no hay nacimientos átenos ni tampoco amores des-habitados, sino sólo, y esto no es poco, un lugar de encuentro.

 

Por Claudio Ongaro Haeterman