Es
En
por Beatriz
Vignoli
Cabezas inquietas, o la luz que canta

María Antonieta una peluca tenía. A sus extravagantes sombreros diseñados por Marie-Jeanne Rose Bertin les siguió un audaz estilo de peinado llamado la coiffure pouf: Cada mañana, la reina de Francia se hacía peinar por su coiffeur Leonard una montaña de cabellos adornados en su cúspide con figuras. Los emblemas podían aludir a los acontecimientos del día (pouf à la circonstance) o dar cuenta de un estado de ánimo (pouf au sentiment). Su pelo se expresaba en géneros. María Antonieta podía un día sorprender a sus cortesanos luciendo una cornucopia de verduras que nada tenía que envidiarles a las pinturas de Arcimboldo (pouf a la jardinière) y otro, saludar la vacunación de Luis XV contra la viruela con un sol naciente y un olivo (pouf a l’inoculation). El extremo fue la Belle Poule: un barco a vela completo, en lo alto de su inquieta cabeza, para celebrar una victoria naval. “No puedo impedirme tocar un punto que, con mucha frecuencia, encuentro repetido en las gacetas: me refiero a tus peinados. Se dice que, desde la raíz del pelo, tienen treinta y seis pulgadas (91,44 cm) de alto, y encima aún hay plumas y lazadas”, le escribía María Teresa de Austria, no sin cierta preocupación. Acaso la ambición de la joven reina fuera devenir en una rara ave del paraíso, como las que avistaban los expedicionarios al otro lado del océano: una criatura exótica, una rara avis.

Carolina Antoniadis trabajó doce años como docente adjunta en la cátedra de indumentaria y textil de la Universidad de Buenos Aires. Allí tuvo acceso a los más diversos repertorios de textiles y ornamentos en los más variados estilos. Esa educación visual preparó su mirada para el encuentro, años más tarde, con las cabezas sin rostro de una vidriera de pelucas en San Pablo, Brasil. Tomó una foto furtiva de aquella revelación. Carolina Antoniadis venía pintando retratos sin cara, anónimos, como si a sus facciones las hubiera borrado el olvido, y compensando el vacío con una riqueza multicolor de detalles alrededor de esos espacios en blanco. No casualmente, aludiendo al sentido literal de la palabra ‘barroco’, tituló Perla irregular a su exposición de pinturas y objetos en octubre de 2002 en la Fundación Klemm. Los maniquíes de San Pablo se le figuraron “en bustos romanos de emperadores y emperatrices de escaparate... pero llenos de adornos y fantasía... extremadamente decorados”.

Esa misma mirada quijotesca, extrañada, que le permitía ver a aquellos peleles como cuerpos sin cabeza o cabezas sin cuerpo, la invita a desplegar su propio alfabeto de formas decorativas a partir de disparadores creativos tales como la mola kuna panameña, con su lujo de motivos y de significados. América y Europa se han fusionado siempre en la obra de esta nieta del pintor griego Demetrio Antoniadis, radicado en Argentina y educado por italianos. El intimismo hierático de los “retratos sin rostro” de Carolina evoca, sin proponérselo, al del protoimpresionista florentino Silvestro Lega, pero en una paleta de colores vibrantes que abraza el continente: desde el estilo aguayo del altiplano hasta los paisajes serranos del centro de Argentina, a donde Demetrio fue a buscar una luz más prístina, huyendo de la gris humedad industrial de los puertos de Rosario y Buenos Aires. Esa luz es la que canta en estas obras.